El
fin de semana del Carnaval estaba fuera de Oviedo y me lo perdí. El
miércoles siguiente, sin embargo, supe que de algún modo, sin yo
saberlo, había participado en el desfile del Antroxu; y con premio.
Ese día me llamó una compañera para contarme cómo se había
sentido, humillada e impotente, al encontrarse en plena calle Uría, la calle mayor ovetense, con el maltrato y escarnio público hacia todo nuestro colectivo de
personas con diagnósticos de la psiquiatría. Luego vi el desfile en YouTube y comprendí su tristeza, su frustración, las mismas que sentí yo y he sentido en cada compañera o compañero con quienes lo hemos comentado.
Con
disfraces macabros, supuestos internos de un supuesto manicomio del pasado
representaban, de modos supuestamente cómicos, situaciones que no están muy lejos de las actuales,
incluyendo algunas de las agresiones que se siguen padeciendo en
centros psiquiátricos, como el electroshock o las correas; y con
nosotros mismos reflejados en personajes grotescos, malvados o
simplemente idiotas. Después leí en el periódico La Nueva España la queja de una madre igualmente indignada por la burla hacia su
hijo, buscando una rectificación o reparación ante lo que
consideraba una afrenta. Al día siguiente, el mismo medio inducía al
“mundo del espectáculo” a rasgarse las vestiduras, escandalizado ante una ficticia censura, y nos explicaba qué debemos pensar o creer que es el Carnaval,
para negarnos el derecho a sentirnos ofendidos. Fue esta respuesta,
por parte además de varias personas a las que conozco y respeto, la
que me provocó el cruce de cables que intento desliar.
Tenía
hasta ahora la idea de que el Carnaval es, siempre ha sido, un marco para ridiculizar al poder. Días de descontrol y
permisividad que
tradicionalmente
han servido para burlarse de los nobles o del clero, hoy de los
gobernantes en general, poderosos varios y otros seres que se hayan hecho merecedores. El humor del Carnaval, a veces muy serio, siempre ha promovido la
crítica social y expresado la
necesidad de libertad de todo el pueblo. Por eso me cuesta -aunque no me cuesta- entender cómo
encaja ahí la burla
hacia quienes llevamos toda la historia y nuestras vidas soportando
la opresión no sólo de los poderosos, sino del propio Pueblo Soberano en pleno.
El
Carnaval es “la gran locura del año”, nos recuerdan en LNE; y
sin embargo este Antroxu, en lugar de ser el día de la expresión de
la locura, ha tenido para los locos ración doble de sometimiento e
imposición, física y verbal. La pretendida cordura ha considerado
oportuno vestirse de locura, burlarse de su tortura, pisotear el
dolor y el sufrimiento de miles de personas; y después humillar a
quien expresa su malestar ante la burla. Todo ello desde una comodidad que
por suerte y por desgracia nunca sabrá del éxtasis ni del horror, y
que sólo por eso se puede permitir banalizarlo, mostrando de paso la ignorancia al respecto de ese “mundo del espectáculo” todo ufano, y de una prensa sulfúrica que, es evidente, no tienen ni puta idea de en qué consiste la locura, más allá del disfraz del disfraz.
Entre
unos y otros nos han dejado muy clara su trastornada idea del
Carnaval, y no menos de la libertad de expresión, uno de nuestros derechos más fundamentales, pero que encuentra sus límites en otros derechos complementarios, igual de fundamentales. Recientemente, la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI) del Consejo de Europa, en su Recomendación nº 15 relativa a la Lucha contra el Discurso de Odio, señalaba el papel de éste "al minar la autoestima de los grupos vulnerables, dañando la cohesión e incitando a otros a cometer actos de violencia, intimidación, hostilidad o discriminación". Exactamente lo que refuerza y perpetúa la (in)cultura cuerdista a través de expresiones aparentemente intrascendentes como la de este Antroxu.
Con las mismas premisas pervertidas quizá en años venideros podríamos ver al “mundo
del espectáculo que defiende el 'humor y el ingenio' del grupo del
manicomio en el Antroxu”,
defendiendo con la misma suficiencia el humor e ingenio de otros
grupos que hagan mofa de las familias de los mineros muertos en tantos pozos, de las mujeres maltratadas, de las niñas y niños víctimas de las redes de pederastia, de las personas ahogadas cruzando el Estrecho en pateras, de las refugiadas sirias que huyen de la guerra, o de los millones de personas exterminadas por
los nazis en las cámaras de gas (miles de miembros de nuestro colectivo las primeras, por cierto, sin que tampoco se sea
consciente). Sin
censura y sin necesidad de un mínimo respeto, que si la ridiculización se hace con “humor e ingenio”, seguirán considerando ilógico que estos colectivos se sientan ofendidos e insultados. O quizá a alguien le surgirá la duda
que no se le plantea con nosotros, nos explicará la diferencia con los demás "discursos del odio", y sabremos por qué a nuestras voces aún les cuesta tanto superar el umbral de la percepción colectiva.
Llevo
unos cuantos años en esto, por lo que ha crecido considerablemente
mi comprensión respecto a la omnipresencia del cuerdismo y a la
incapacidad del cuerdista, que somos todos y todas, para ser consciente de que vivimos inmersos en un entorno plagado de ideas, actitudes y comportamientos que, a
semejanza del machismo o racismo, estereotipan, prejuzgan y
discriminan a las personas diagnosticadas por la psiquiatría o
tachadas de locas, desde una posición de superioridad basada en la presunción de cordura.
Machismo y racismo son sobradamente conocidos, por ello fácilmente
detectables y socialmente detestables, saltamos enseguida a por
la agresión y el agresor, sean obvios o no. Sin embargo, el
sufrimiento de las personas diagnosticadas por la psiquiatría
sigue siendo risible -y condenable rebelarse ante la burla-, e incluso, preventiva mente, culpable.
Hablo del
sufrimiento que, por ejemplo, siguen padeciendo a día de hoy tantas
persona atadas a la cama en centros públicos presuntamente
sanitarios (con resultado de muerte a veces, como hace menos de un año en nuestro propio Hospital Central de Asturias - HUCA), o el de quienes
reciben descargas eléctricas que borran su memoria en centros
privados concertados, o de tantísimas personas a quienes entre todas
abandonamos para que se quiten la vida por sí mismas, más del doble
de víctimas cada año por “suicidio” que por accidentes de
tráfico, sin que aún hayamos empezado a plantearnos lo que ocurre,
para que pueda ser abordado y prevenido. Pero también el de cada una de las personas que, padeciendo o no un diagnóstico psiquiátrico, hemos de soportar agresiones y maltratos, ajenos y propio, producto de ese cuerdismo generalizado, con sus derivados en forma de estigmas, discriminaciones y, lo peor, el autoestigma que te corroe desde dentro.
Desde siempre en ese hábitat, los locos nos hemos tenido que acostumbrar a soportar todas esas falsedades, con las actitudes y comportamientos colectivos correspondientes: la proyección sobre
nosotrss de cualquier barbaridad que no se quiere comprender, la
acusación normalizada de peligrosidad, la duda permanente... todo ello azuzado por esa prensa de titulares, presa de patas en el lucrativo morbo. Quienes hemos padecido experiencias de sufrimiento extremo vivimos en persona la necesidad ajena de chivos expiatorios, de víctimas propiciatorias sobre las que los normalinos puedan arrojar sus miedos y todos esos impulsos despreciables o culpables que, como presuntos sanos, no quieren o no son capaces de reconocer en sí mismos.
La
mayoría de los acusados incluso nos hemos llegado a creer esas
mierdas, con la consiguiente multiplicación de las comeduras de cabeza, por la sencilla razón de que se lo cree todo el mundo,
porque el diluvio ignorante y maltratador, del que este Antroxu es
solo una gota más, es infinitamente atronador y sepulta todo lo que
desde nuestra realidad conocemos -y se puede demostrar fácilmente-
para disolver esos prejuicios. No,
soportarlo estoicamente no es fácil.
En
este Antroxu, nuestro colectivo ha sido presa fácil sobre la que
proyectarse, como ya había sido utilizado, en medida mucho mayor, en
el espectáculo original que este grupo copió, aún más aberrante,
facilón y cobarde ante unas víctimas que no se pueden defender.
Espectáculos que pretendiendo no ir sobre nosotros, nos utilizan
abiertamente como excusa explotando los clichés que se nos asocian
por inercia, y que se realimentan aún más al arrojarnos la mancha y
los estigmas. Como todo ese cine mentiroso mencionado como excusa en el artículo, que se alimenta
de, y nutre, las ideas perturbadas sobre la locura, sobre las locas y locos. No es fácil, no.
La perpetuación del mal trato y mal tratamiento hacia nuestro
colectivo debe mucho a esa función que ejercemos en nuestra
presunta civilización, como contenedores de
miserias ajenas, supuestamente sin remedio ni ganas de que lo haya, con todas las derivadas en forma de un modelo de servicios no de
atención hacia la locura y el sufrimiento psíquico en general, sino casi exclusivamente de contención mecánica, farmacológica y sobre todo simbólica, que conduce al abandono, al aislamiento y a la muerte a tantas personas, por acción y por omisión.
Si a alguien, más arriba, le ha tentado recordar la llamada ley de Godwin, puede también recordar que la muerte por autoejecución vicaria -suicidio-, se cobra cada año cerca de un millón de Vidas en el mundo. Nuestro PuebLoco, pues, sufre un Holocausto equivalente al del pueblo judío a manos de la barbarie nazi CADA SEIS AÑOS. El nuestro a manos de la barbarie cuerdista tácita y su omisión de auxilio. Una catástrofe humanitaria que nos es silenciada por nuestros medios de comunicación (sic), y me hace recordar a la población alemana que, tras el fin de la II Guerra Mundial, fue sometida a un proceso de desnazificación, forzada a contemplar las fosas comunes llenas de cadáveres, a re-conocer las cámaras de gas o los crematorios y a asumir la "Culpa o Responsabilidad Colectiva" por la ideología nazi, con sus enormes y terribles consecuencias. Nada fácil...
Si fuéramos otro colectivo no habría tanto problema para hacernos entender. Haber tenido que escribir esto ya revela el problema sin falta de más. Dentro de unos años no habría necesitado hacerlo, la mayoría de la gente tendrá claro pronto que algunas cosas, simplemente, NO. Sin plantear nada parecido a censura, por una cuestión básica, sencilla, obvia: por simple RESPETO. Más fácil ¿no?
“Siempre
va a haber alguien que crea que le están insultando”, decía
alguien del jurado que premió la ofensa. A
quienes siempre hemos sido insultados e ignorados en nuestra diversidad mental nos podría bastar, de momento, si tú te haces consciente de que quizá no es una simple creencia. Incluso sólo con que lo quieras entender.
OBVIEDAD DE OVIEDADES
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